Mons. Casaldaliga nel XX Anniversario di Mons.Romero
Mundialización de la Solidaridad y de la Esperanza
Con ocasión de los 20 años del martirio de "San Romero de América" se
celebraron en El Salvador diferentes actos de memoria y compromiso, en medio
de un verdadero estallido popular de jubileo romeriano, dentro del gran
jubileo de Jesús. Como SICSAL -Secretariado Internacional Cristiano de
Solidaridad con y desde América Latina- organizamos, en San Salvador, el
duodécimo encuentro mundial de solidaridad. Fue allí donde di esta charla que
reproduzco ahora, sin la cálida espontaneidad con que vibrábamos en aquel
auditorio de la UCA, dedicado al mártir Ellacuría.
Conocemos y sentimos muy bien la globalización neoliberal que está ahí,
dominando el mundo, como sistema supuestamente triunfante: de pensamiento
único, de interés único, de poder único. Cumpliendo el irónico consejo de
Keynes: "Por lo menos, durante unos cien años debemos fingir entre nosotros y
delante de todos los demás que lo justo es malo y que lo malo es justo... La
avaricia, la usura y la previsión han de ser nuestros dioses por un poco más
de tiempo..."
Nunca el mundo fue tan desigual y pobre. Nunca hubo tanta humanidad privada
de ser humana. Hemos pasado de los pobres a los empobrecidos, a los
excluidos, a los sobrantes. Cuando en el mundo cabríamos muy bien todos, como
recordaba Gandhi, siempre que algunos no se dedicaran prepotentemente a la
usura y al despilfarro. Que haya un billón y pico de personas con menos de un
dólar por día es más que una iniquidad, siendo que bastaría cerca del 1% de
la renta mundial para erradicar la mundial pobreza.
Para el tema que nos interesa es bueno recordar tambén cómo la vivencia de
ese sistema de egoísmo total -que coincide además con la posmodernidad
narcisista- significa una crisis estructural de la solidaridad. Dom Demetrio
Valentini, gran animador de la Pastoral Social en Brasil, apuntaba: "Tal vez
la crisis de la solidaridad tenga que ver hoy con la privatización de
nuestros valores y sentimientos". (¡No se privatizan sólo las empresas y los
servicios sociales!). "Hay, en esta posmodernidad, una tendencia a la vuelta
al propio ombligo. Las personas están desencantadas frente a la política y
los políticos". La TV Record -una de las mayores cadenas de Brasil- hizo
recientemente una encuesta entre sus teleespectadores preguntando por las
tres cosas que más avergüenzan al país: los políticos salieron en primer
lugar, antes que el desempleo y la violencia. "Movidas, las personas, por la
publicidad, prefieren ser consimidoras a ser ciudadanas. Así se resquebrajan
los mecanismos de la solidaridad, se desarticula la sociedad civil, se
refuerzan las desigualdades sociales y la dominación de las élites".
Recordemos que en América Latina (en todo el tercer mundo) las élites u
oligarquías han sido siempre -y son- el brazo derecho de los sucesivos
imperios, hoy del macroimperio neoliberal...
Por otra parte, la globalización, o la mundialización, mejor dicho, es
inevitable y es, además, bienvenida. En el mismo libro -Solidariedade,
caminho da Paz, editado por Cáritas brasileña preparando el Jubileo-, Dom
Demetrio, en el prólogo, reflexiona así: "Hoy todos constatamos la
inexorabilidad de la globalización. Ella acontece y se implanta, queramos o
no. Señal de que trae consigo una dinámica que se inscribe en la propia
naturaleza. El mundo es en realidad un globo, unido por un complejo de
articulaciones que imprime su marca a todo lo que en él va sucediendo. A
nosotros nos cabe darle a la globalización la fisonomía humana que por
vocación somos llamados a imprimir en el mundo para que en él la vida humana
pueda desarrollarse y ser la principal razón de ser de todo el universo, como
la Biblia nos dice desde el principio... Si es conducida por criterios de
lucro y de dominación, la globalización atropella las condiciones de vida de
grandes mayorías, para proporcionar ventajas a minorías privilegiadas. Por
eso, es urgente impregnar de solidaridad el proceso de globalización, para
que se realice al servicio de la vida humana".
En la Agenda Latinoamericana que acabamos de preparar para el año 2001 -y que
a partir de ese año será Latinoamericana-Mundial- soñamos precisamente con la
mundialización otra, con nuestra mundialización y nuestra mundialidad; que
quieren ser, que deben ser, réplica alternativa y profética a la
mundialización neoliberal que nos imponen. Escribo en la presentación de la
Agenda: "la gran novedad de la Agenda en este primer año de un nuevo milenio
es que la Agenda Latinoamericana quiere ponerse mundial. No por oportunismo,
sino para responder a los signos de los tiempos. Lo cual es una orden del
propio Jesús de Nazaret y es el dictamen de cualquier sociología que quiera
respetar la realidad... El mundo se está haciendo uno. Para bien o para
mal... En América Latina hemos repetido, sobre todo en las horas más
decisivas, que o nos salvábamos continentalmente o continentalmente nos
hundíamos. Ahora hay que decir, con un realismo que no puede desmentir a la
esperanza, que o nos salvamos mundialmente o mundialmente nos hundimos.
Nadie, ningún país, puede salvarse aisladamente. Hoy más que nunca no somos
islas. El mundo es ya nuestra circunstancia. Yo soy yo y el mundo..."
Recuerdo después cómo la Agenda ha ido abrazando las Causas profundas de la
Patria Grande. Hoy cualquier agenda humana -social, política, religiosa- debe
asumir las grandes causas de la humanidad. "Esos sustantivos mayores de los
cuales llenan su mentirosa boca incluso los políticos y las instituciones más
cínicos: la tierra, el agua, el alimento, la salud, la educación, la
libertad, la paz, la democracia (¡otra democracia, otra!), todos los derechos
humanos y los derechos de los pueblos, la vida, en fin". Destacando siempre,
cada vez más, los sujetos prioritarios multisecularmente marginados que están
emergiendo con un protagonismo revolucionador: la mujer, los pueblos
indígenas, los pueblos negros, los movimientos populares, las ONGs...
"De esa mundialidad así entendida -añado en la Agenda- habrá que hacer una
actitud, un hábito; una virtud, amasada de conciencia, ascesis, entusiasmo,
solidaridad". Radicándose en la propia realidad cotidiana, claro está,
nutriendo las raíces en el lugar y la memoria, postura indispensable para
lanzarse al horizonte mundial y a la historia mayor. Recuerdo también, en la
Agenda, que "las grandes Causas de la Humanidad son para nosotros causas
también divinas: creemos en el Dios de la Vida, Padre-Madre de toda la
familia humana, en todas las religiones y más allá de todas ellas,
macroecuménico su corazón maternal. Al fin y al cabo, Dios y la Vida son las
dos referencias más universales que palpitan en la entraña de la humanidad.
Yo insistiría hoy, precismente frente a la desequlibradora prepotencia del
neoliberalismo excluidor, en una vertiente y hasta finalidad de la
solidaridad verdadera, que quizá no hemos destacado bastante. Venimos de una
herencia limosnera, de caridades, de campañas de emergencia, de ayudas
puntuales: que seguirán siendo necesarias, porque pobres y desgracias siempre
los habrá, pero que no justifican que la solidaridad se quede ahí, puntual,
coyuntural. Siempre hay que incidir también en la estructura. Y me parece que
en esa perspectiva deberíamos insistir cada vez más en la igualdad, como
objetivo de la solidaridad. Igualdad para las personas, igualdad para los
pueblos; igualdad de dignidad, de derechos y de oportunidades. En la
pluralidad de las identidades, claro está. Hay una desigualdad que es
sinónimo de injusticia.
La verdadera, la eficaz solidaridad ya no es sólo "el nuevo nombre de la
paz", como decía Juan Pablo II. Es el nuevo nombre, el nombre definitivo, de
la sobrevivencia humana. Si no se quiere propiciar "un mundo donde quepan
todos", como piden los zapatistas, en el mundo no va a caber nadie. "La
Solidaridad -escribo en el libro de Cáritas- es el nuevo nombre de la
Sociedad humana. Ella traduciría o complementaría el derecho, la justicia, el
propio amor. Siempre que se entienda la solidaridad y siempre que la
Humanidad se entienda a sí misma como un solo destino, la única familia
humana, la hija humana de Dios"... "Un destino común, compartido -escribe
Regina Ammicht Quinn- exige solidaridad".
Sé que estoy pidendo una revolución de valores y posiciones, de privilegios y
de necesidades, de los varios mundos hacia un solo mundo, el humano, que es
divino también para nuestra fe. El monje biblista Marcelo Barros habla de la
solidaridad como "el nombre nuevo de la fe". Se trata, sí, de una revolución
ética y estructural, cultural, sociopolítica, económica; y sobre todo
espiritual. Desde el privilegio -que siempre excluye o margina- no se puede
ser solidario.
En todo caso se trata -y aquí está la raíz de esta revolución- de ser
solidarios/as y no sólo de hacer solidaridad; de vivir constantemente la
solidaridad en la asunción común de las grandes causas de la humanidad; de
vivir una solidaridad no sólo de gestos, sino también de actitudes, una
virtud -como decía antes- amasada de indignación ética, de misericordia, de
donación, de renuncia, de sobriedad comulgante y de praxis liberadora... ¿Ya
se ha hablado de todos los "principios" posibles, no? El principio esperanza,
el principio misericordia, el principio realidad... ; valga hablar, pues, de
el principio solidaridad, como de "una esructura fundamental de nuestra
reacción delante de las injusticias y de la forma como la Sociedad se
organiza en este mundo". Son palabras de Marcelo Barros también, aunque él
las aplica al principio misericordia.
En última instancia, sería la opción por los pobres integralmente percibida y
vivida, como amor político también, también como militancia liberadora: como
opción por el Reino de los pobres y por los pobres del Reino, dicho en
cristiano.
Es pura religión viva. Ver y oír la realidad, como nuestro Dios: "ví la
aflicción, oí el clamor, de mi pueblo"... Sentir la realidad: "ser
misericordiosos como el Padre". "Conmovérsele a uno las entrañas", como a
Jesús. Actuar sobre la realidad: ayudar a "hacer salir el sol y caer la
lluvia para todos" como lo hace el Padre. El Nuevo Testamento nos ha
desvelado al hermano universal Jesús como aquel que ha cargado solidariamente
con el sufrimiento y el pecado de toda la humanidad.
Hablando de revolución, hay que recordar la palabra luminosa del Che: "si
sientes el dolor de los demás como tu dolor, si la injusticia en el cuerpo
del oprimido fuere la injusticia que hiere tu propia piel, si la lágrima que
cae del rostro desesperado fuere la lágrima que también tú derramas, si el
sueño de los desheredados de esta sociedad cruel y sin piedad fuere tu sueño
de una tierra prometida, entonces serás un revolucionario, habrás vivido la
solidaridad esencial".
He dicho que esa actitud-solidaridad debe pretender la eficacia también. El
Papa, en su discurso a la ONU, el 2 de octubre de 1979, afirmaba: "Es
necesario traducir la parábola del rico Epulón y del pobre Lázaro (Lc 16,
19-31) en términos económicos y políticos, en términos de derechos humanos y
de relaciones entre el primero, segundo y el tercer mundo" (y el cuarto).
Hablaremos un poco, después, de la esperanza, de globalizar o mundializar la
esperanza. Es necesario recordar aquí que las tres virtudes teologales son
una sola actitud y praxis teologalizadas; y, en instancia evangélica, la
solidaridad es la caridad, el mandamiento nuevo, Su mandamiento, el de Jesús.
¿Es posible, hoy sobre todo, una caridad que no sea política, si quiere ser
verdadermente humana y cristiana?
Y van dos citas de Santiago Sánchez Torrado, en su folleto de la "Colección
Alternativa", La izquierda: desafíos y propuestas: "Una expresiva cita de
Peter Glotz me parece muy adecuada para situar el tema de la solidaridad como
contribución sustantiva de la izquierda: 'la izquierda debe poneer en pie una
coalición que apele a la solidaridad del mayor número posible de fuertes con
los débiles, en contra de sus propios intereses'... Uno de los más graves
desafíos que tiene pendiente nuestro mundo es un incremento notable de un
tejido solidario: como entramado integral y equilibrado de actitudes eficaces
y como establecimiento de redes solidarias...". Agnes Heller ha dicho que "la
solidaridad es la cualidad más importante de la izquierda social". Todo el
apartado "Un mundo solidario" del citado folleto merece una compenetrada
meditación. Para sacudir la modorra y el desencanto de nuestras queridas
izquierdas.
Y hablemos un poco más explícitamente de la esperanza. Olegario González de
Cardedal publicó un libro, de más de 500 páginas, dedicado a la Raíz de la
esperanza, editado por Sígueme de Salamanca. El enfoque es bastante
personalista, para nuestro talante latinoamericano, pero es iluminador en su
conjunto. Advierte, ya en las primeras líneas del prólogo, que "tres palabras
constituyen el meollo de este libro: libertad, soledad, esperanza". Y
recuerda que la conciencia humana "ha estado determinada en la modernidad por
las ideas de progreso (Ilustración), emancipación (Revolución), anticipación
del futuro (Utopía)".
La utopía de nuestra esperanza es que una auténtica revolución de valores,
relaciones y estructuras haga posible el verdadero progreso para todos y
todas y para todos los pueblos, en una cierta armoniosa igualdad. Nuestra
esperanza se llama solidaridad, en acto, en proceso, en espera. Evidentemente
entendemos, hasta por experiencia muy dolorosa, que la esperanza es
procesual, sucesivamente transformadora, histórica y escatológica. ¡Nada de
"final de la historia" ya! Alguien ha dicho con mucha razón que "la esperanza
sólo se justifica en los que caminan".
Esperamos porque desesperamos, porque esperamos contra ese mundo que se nos
impone, asesino, y con los y las desesperados de la tierra: los desheredados
del sistema. Sólo espera el que desespera; quien tenga hambre y sed de
justicia, de cambio, de solidaridad en la común soledad e impaciencia. "La
esperanza nos ha sido dada -escribe Marcuse- para servir a los desesperados".
Y Marcel explicita: "La esperanza está siempre ligada a una comunión". El
consumismo, que se va saciando con los macdonalds al uso, y el conformimo
derrotista que ha arriado las banderas de la militancia no tienen por qué
esperar. La esperanza es lo menos light que se pueda encontrar en la vida. Y,
cristianamente, "esperamos contra toda esperanza"...
Globalizar la esperanza, mundializarla, será ir haciendo que todos/as, sobre
todo los excluidos, los "ninguneados" que diría Galeano, aquellos que más
tienen por esperar, puedan esperar "razonablemente", sin sarcasmos por
delante. Y solamente la solidaridad globalizada irá haciendo este milagro de
"esperanza esperanzadora", al decir del mártir Ellacuría. La solidaridad irá
haciendo de la u-topía, "no"-lugar, una humana eu-topía, un buen lugar
dignamente habitable.
Decimos de la Agenda Latinoamericana que es memoria, utopía, acción. Así es
la esperanza, con más méritos que la Agenda, claro. Acción, digo, también.
Porque se trata de una esperanza creíble, testificada por la vida coherente,
por la praxis eficaz, por la procesual transformación.
"Quem sabe, faz a hora, não espera acontecer", canta hace tiempo la
militancia brasileña.
Ellacuría, que hemos recordado estos días también con san Romero y tantos y
tantas mártires, nos pide que nos hagamos cargo de la realidad, cargándola
(descargándola también), a base de solidaridad comprometida. Ayudando a poder
esperar dignamente.
Citando a los mártires, testigos extremos de la esperanza, es bueno recordar
que vivieron "la esperanza contra la muerte para la vida". En la última
Romería de los mártires de la Caminada latinoamericana, en nuestro Santuario
de Reibeirão Cascalheira, el lema era "Vidas por la Vida"; en la próxima
romería que vamos a celebrar, los días 14 y 15 de julio de 2001, el lema será
"Vidas por el Reino".
Desgraciadamente, hasta en cristiano -en mal cristiano, evidentemente-,
muchas veces la esperanza ha sido una vivencia y una predicación de "esperar
sentado".
El teólogo Olegario explica, holísticamente, como se dice ahora: "Espera el
hombre [y la mujer, ¡caramba!] entero, como persona, es decir, como individuo
religado a su prójimo y a su comunidad. Y por ser solidario de toda la
naturaleza y de toda la historia, espera con ellas, y con él esperan toda la
creación y toda la comunidad. La esperanza es inseparable del amor
solidario".
El SICSAL, desde el que hablo, nació en plena noche, o en plena lucha, y
bautizado con sangre mártir; a raíz de la muerte pascual de Romero. La sangre
hoy, más que derramada oficialmente es oficialmente prohibida; y la lucha ha
replegado entusiasmo en muchos sectores, militantes, cristianos también.
Muchos, muchas, parece que han perdido el "paradigma" de la Vida, el
paradigma de la Historia, el paradigma de Jesús: ese Reino, proyecto del
Padre para la Humanidad y el Universo, ahora en el tiempo y en la plenitud
después. Este duodécimo congreso internacional, promovido por SICSAL en el
Jubileo de Jesús y de Romero, debe relanzarnos a una solidaridad fortalecida
y a una esperanza inclaudicable, mundializadas en y desde nuestra América,
desde el tercer mundo, desde el primer mundo solidario.
Haremos todo por estar solidaria y esperanzadamente con los pobres de la
tierra, hasta el fin, como El está "hasta el fin" con nosotros y nosotras.
* * *
Añado un anexo, para decir, a nuestro propósito, lo que he sentido en esos
días exultantes del jubileo de Romero en su pequeño grandísimo El Salvador.
Definitivamente, la figura de nuestro san Romero de América se nos ha
aparecido como un prototipo singular, único en cierta medida, de la
mundialización de la solidaridad y la esperanza. Nuevamente he repetido con
insistencia que Romero es un santo universal. En mi circular fraterna de este
año 2000 años de Jesús, 20 años de Romero, cito a Ludwig Kaufmann por su
libro Tres pioneros del futuro. Cristianismo de mañana. Estos tres pioneros
son Juan XXIII, Charles de Foucauld y Oscar Arnulfo Romero. Y en estos días
del jubileo salvadoreño, entre celebraciones ecuménicas, marchas populares y
encuentros de militancia comprometida, he tenido que repetir varias veces que
Romero -y precisamente por su coherencia evangélica- es el santo de los
católicos, de los protestantes, y hasta... de los ateos. Siempre que unos y
otros, a su propio modo, militen por la Causa: la Causa de Jesús y de su
Padre, en instancia definitiva.
En una antología de testimonios acerca de monseñor Romero el boletín de los
Comités Romero del Estado español cita estas palabras de Díez Alegría: "El
arzobispo de San Salvador Oscar Arnulfo Romero es para mí una figura central
del cristianismo en el siglo XX... uno de los mayores ejemplos (quizá el
número uno) de lo que fue ser testigo verdadero de Jesús de Nazaret (a quien
los hombres asesinaron y Dios resucitó por el Espíritu) en el artormentado
siglo XX".
Y todas las celebraciones de ese vigésimo aniversario de su martirio -jubileo
de Romero en el jubileo de Jesús- tuvieron el sello explícito de la
solidaridad y la esperanza, testimoniado por hermanos y hermanas congregados
en El Salvador desde los más distantes ángulos de la tierra. A estas alturas
va siendo cada vez más Romero, no sólo un santo de El Salvador, ni sólo un
santo de América, sino un santo del mundo.
Pedro Casaldáliga,
en el jubileo de Romero dentro del Jubileo de Jesús.
San Salvador, El Salvador, en Nuestra AméricaDa: Elfriede Harth <IMWAC@AOL.COM>
A: <FORUM-PREP@LISTSERV.DI-KA.DE>
Oggetto: Fwd: Casaldaliga: Mundializacion de la Solidaridad y de la Esperanza
Data: domenica 2 aprile 2000 16.17
Mundialización de la Solidaridad y de la Esperanza
Con ocasión de los 20 años del martirio de "San Romero de América" se
celebraron en El Salvador diferentes actos de memoria y compromiso, en medio
de un verdadero estallido popular de jubileo romeriano, dentro del gran
jubileo de Jesús. Como SICSAL -Secretariado Internacional Cristiano de
Solidaridad con y desde América Latina- organizamos, en San Salvador, el
duodécimo encuentro mundial de solidaridad. Fue allí donde di esta charla que
reproduzco ahora, sin la cálida espontaneidad con que vibrábamos en aquel
auditorio de la UCA, dedicado al mártir Ellacuría.
Conocemos y sentimos muy bien la globalización neoliberal que está ahí,
dominando el mundo, como sistema supuestamente triunfante: de pensamiento
único, de interés único, de poder único. Cumpliendo el irónico consejo de
Keynes: "Por lo menos, durante unos cien años debemos fingir entre nosotros y
delante de todos los demás que lo justo es malo y que lo malo es justo... La
avaricia, la usura y la previsión han de ser nuestros dioses por un poco más
de tiempo..."
Nunca el mundo fue tan desigual y pobre. Nunca hubo tanta humanidad privada
de ser humana. Hemos pasado de los pobres a los empobrecidos, a los
excluidos, a los sobrantes. Cuando en el mundo cabríamos muy bien todos, como
recordaba Gandhi, siempre que algunos no se dedicaran prepotentemente a la
usura y al despilfarro. Que haya un billón y pico de personas con menos de un
dólar por día es más que una iniquidad, siendo que bastaría cerca del 1% de
la renta mundial para erradicar la mundial pobreza.
Para el tema que nos interesa es bueno recordar tambén cómo la vivencia de
ese sistema de egoísmo total -que coincide además con la posmodernidad
narcisista- significa una crisis estructural de la solidaridad. Dom Demetrio
Valentini, gran animador de la Pastoral Social en Brasil, apuntaba: "Tal vez
la crisis de la solidaridad tenga que ver hoy con la privatización de
nuestros valores y sentimientos". (¡No se privatizan sólo las empresas y los
servicios sociales!). "Hay, en esta posmodernidad, una tendencia a la vuelta
al propio ombligo. Las personas están desencantadas frente a la política y
los políticos". La TV Record -una de las mayores cadenas de Brasil- hizo
recientemente una encuesta entre sus teleespectadores preguntando por las
tres cosas que más avergüenzan al país: los políticos salieron en primer
lugar, antes que el desempleo y la violencia. "Movidas, las personas, por la
publicidad, prefieren ser consimidoras a ser ciudadanas. Así se resquebrajan
los mecanismos de la solidaridad, se desarticula la sociedad civil, se
refuerzan las desigualdades sociales y la dominación de las élites".
Recordemos que en América Latina (en todo el tercer mundo) las élites u
oligarquías han sido siempre -y son- el brazo derecho de los sucesivos
imperios, hoy del macroimperio neoliberal...
Por otra parte, la globalización, o la mundialización, mejor dicho, es
inevitable y es, además, bienvenida. En el mismo libro -Solidariedade,
caminho da Paz, editado por Cáritas brasileña preparando el Jubileo-, Dom
Demetrio, en el prólogo, reflexiona así: "Hoy todos constatamos la
inexorabilidad de la globalización. Ella acontece y se implanta, queramos o
no. Señal de que trae consigo una dinámica que se inscribe en la propia
naturaleza. El mundo es en realidad un globo, unido por un complejo de
articulaciones que imprime su marca a todo lo que en él va sucediendo. A
nosotros nos cabe darle a la globalización la fisonomía humana que por
vocación somos llamados a imprimir en el mundo para que en él la vida humana
pueda desarrollarse y ser la principal razón de ser de todo el universo, como
la Biblia nos dice desde el principio... Si es conducida por criterios de
lucro y de dominación, la globalización atropella las condiciones de vida de
grandes mayorías, para proporcionar ventajas a minorías privilegiadas. Por
eso, es urgente impregnar de solidaridad el proceso de globalización, para
que se realice al servicio de la vida humana".
En la Agenda Latinoamericana que acabamos de preparar para el año 2001 -y que
a partir de ese año será Latinoamericana-Mundial- soñamos precisamente con la
mundialización otra, con nuestra mundialización y nuestra mundialidad; que
quieren ser, que deben ser, réplica alternativa y profética a la
mundialización neoliberal que nos imponen. Escribo en la presentación de la
Agenda: "la gran novedad de la Agenda en este primer año de un nuevo milenio
es que la Agenda Latinoamericana quiere ponerse mundial. No por oportunismo,
sino para responder a los signos de los tiempos. Lo cual es una orden del
propio Jesús de Nazaret y es el dictamen de cualquier sociología que quiera
respetar la realidad... El mundo se está haciendo uno. Para bien o para
mal... En América Latina hemos repetido, sobre todo en las horas más
decisivas, que o nos salvábamos continentalmente o continentalmente nos
hundíamos. Ahora hay que decir, con un realismo que no puede desmentir a la
esperanza, que o nos salvamos mundialmente o mundialmente nos hundimos.
Nadie, ningún país, puede salvarse aisladamente. Hoy más que nunca no somos
islas. El mundo es ya nuestra circunstancia. Yo soy yo y el mundo..."
Recuerdo después cómo la Agenda ha ido abrazando las Causas profundas de la
Patria Grande. Hoy cualquier agenda humana -social, política, religiosa- debe
asumir las grandes causas de la humanidad. "Esos sustantivos mayores de los
cuales llenan su mentirosa boca incluso los políticos y las instituciones más
cínicos: la tierra, el agua, el alimento, la salud, la educación, la
libertad, la paz, la democracia (¡otra democracia, otra!), todos los derechos
humanos y los derechos de los pueblos, la vida, en fin". Destacando siempre,
cada vez más, los sujetos prioritarios multisecularmente marginados que están
emergiendo con un protagonismo revolucionador: la mujer, los pueblos
indígenas, los pueblos negros, los movimientos populares, las ONGs...
"De esa mundialidad así entendida -añado en la Agenda- habrá que hacer una
actitud, un hábito; una virtud, amasada de conciencia, ascesis, entusiasmo,
solidaridad". Radicándose en la propia realidad cotidiana, claro está,
nutriendo las raíces en el lugar y la memoria, postura indispensable para
lanzarse al horizonte mundial y a la historia mayor. Recuerdo también, en la
Agenda, que "las grandes Causas de la Humanidad son para nosotros causas
también divinas: creemos en el Dios de la Vida, Padre-Madre de toda la
familia humana, en todas las religiones y más allá de todas ellas,
macroecuménico su corazón maternal. Al fin y al cabo, Dios y la Vida son las
dos referencias más universales que palpitan en la entraña de la humanidad.
Yo insistiría hoy, precismente frente a la desequlibradora prepotencia del
neoliberalismo excluidor, en una vertiente y hasta finalidad de la
solidaridad verdadera, que quizá no hemos destacado bastante. Venimos de una
herencia limosnera, de caridades, de campañas de emergencia, de ayudas
puntuales: que seguirán siendo necesarias, porque pobres y desgracias siempre
los habrá, pero que no justifican que la solidaridad se quede ahí, puntual,
coyuntural. Siempre hay que incidir también en la estructura. Y me parece que
en esa perspectiva deberíamos insistir cada vez más en la igualdad, como
objetivo de la solidaridad. Igualdad para las personas, igualdad para los
pueblos; igualdad de dignidad, de derechos y de oportunidades. En la
pluralidad de las identidades, claro está. Hay una desigualdad que es
sinónimo de injusticia.
La verdadera, la eficaz solidaridad ya no es sólo "el nuevo nombre de la
paz", como decía Juan Pablo II. Es el nuevo nombre, el nombre definitivo, de
la sobrevivencia humana. Si no se quiere propiciar "un mundo donde quepan
todos", como piden los zapatistas, en el mundo no va a caber nadie. "La
Solidaridad -escribo en el libro de Cáritas- es el nuevo nombre de la
Sociedad humana. Ella traduciría o complementaría el derecho, la justicia, el
propio amor. Siempre que se entienda la solidaridad y siempre que la
Humanidad se entienda a sí misma como un solo destino, la única familia
humana, la hija humana de Dios"... "Un destino común, compartido -escribe
Regina Ammicht Quinn- exige solidaridad".
Sé que estoy pidendo una revolución de valores y posiciones, de privilegios y
de necesidades, de los varios mundos hacia un solo mundo, el humano, que es
divino también para nuestra fe. El monje biblista Marcelo Barros habla de la
solidaridad como "el nombre nuevo de la fe". Se trata, sí, de una revolución
ética y estructural, cultural, sociopolítica, económica; y sobre todo
espiritual. Desde el privilegio -que siempre excluye o margina- no se puede
ser solidario.
En todo caso se trata -y aquí está la raíz de esta revolución- de ser
solidarios/as y no sólo de hacer solidaridad; de vivir constantemente la
solidaridad en la asunción común de las grandes causas de la humanidad; de
vivir una solidaridad no sólo de gestos, sino también de actitudes, una
virtud -como decía antes- amasada de indignación ética, de misericordia, de
donación, de renuncia, de sobriedad comulgante y de praxis liberadora... ¿Ya
se ha hablado de todos los "principios" posibles, no? El principio esperanza,
el principio misericordia, el principio realidad... ; valga hablar, pues, de
el principio solidaridad, como de "una esructura fundamental de nuestra
reacción delante de las injusticias y de la forma como la Sociedad se
organiza en este mundo". Son palabras de Marcelo Barros también, aunque él
las aplica al principio misericordia.
En última instancia, sería la opción por los pobres integralmente percibida y
vivida, como amor político también, también como militancia liberadora: como
opción por el Reino de los pobres y por los pobres del Reino, dicho en
cristiano.
Es pura religión viva. Ver y oír la realidad, como nuestro Dios: "ví la
aflicción, oí el clamor, de mi pueblo"... Sentir la realidad: "ser
misericordiosos como el Padre". "Conmovérsele a uno las entrañas", como a
Jesús. Actuar sobre la realidad: ayudar a "hacer salir el sol y caer la
lluvia para todos" como lo hace el Padre. El Nuevo Testamento nos ha
desvelado al hermano universal Jesús como aquel que ha cargado solidariamente
con el sufrimiento y el pecado de toda la humanidad.
Hablando de revolución, hay que recordar la palabra luminosa del Che: "si
sientes el dolor de los demás como tu dolor, si la injusticia en el cuerpo
del oprimido fuere la injusticia que hiere tu propia piel, si la lágrima que
cae del rostro desesperado fuere la lágrima que también tú derramas, si el
sueño de los desheredados de esta sociedad cruel y sin piedad fuere tu sueño
de una tierra prometida, entonces serás un revolucionario, habrás vivido la
solidaridad esencial".
He dicho que esa actitud-solidaridad debe pretender la eficacia también. El
Papa, en su discurso a la ONU, el 2 de octubre de 1979, afirmaba: "Es
necesario traducir la parábola del rico Epulón y del pobre Lázaro (Lc 16,
19-31) en términos económicos y políticos, en términos de derechos humanos y
de relaciones entre el primero, segundo y el tercer mundo" (y el cuarto).
Hablaremos un poco, después, de la esperanza, de globalizar o mundializar la
esperanza. Es necesario recordar aquí que las tres virtudes teologales son
una sola actitud y praxis teologalizadas; y, en instancia evangélica, la
solidaridad es la caridad, el mandamiento nuevo, Su mandamiento, el de Jesús.
¿Es posible, hoy sobre todo, una caridad que no sea política, si quiere ser
verdadermente humana y cristiana?
Y van dos citas de Santiago Sánchez Torrado, en su folleto de la "Colección
Alternativa", La izquierda: desafíos y propuestas: "Una expresiva cita de
Peter Glotz me parece muy adecuada para situar el tema de la solidaridad como
contribución sustantiva de la izquierda: 'la izquierda debe poneer en pie una
coalición que apele a la solidaridad del mayor número posible de fuertes con
los débiles, en contra de sus propios intereses'... Uno de los más graves
desafíos que tiene pendiente nuestro mundo es un incremento notable de un
tejido solidario: como entramado integral y equilibrado de actitudes eficaces
y como establecimiento de redes solidarias...". Agnes Heller ha dicho que "la
solidaridad es la cualidad más importante de la izquierda social". Todo el
apartado "Un mundo solidario" del citado folleto merece una compenetrada
meditación. Para sacudir la modorra y el desencanto de nuestras queridas
izquierdas.
Y hablemos un poco más explícitamente de la esperanza. Olegario González de
Cardedal publicó un libro, de más de 500 páginas, dedicado a la Raíz de la
esperanza, editado por Sígueme de Salamanca. El enfoque es bastante
personalista, para nuestro talante latinoamericano, pero es iluminador en su
conjunto. Advierte, ya en las primeras líneas del prólogo, que "tres palabras
constituyen el meollo de este libro: libertad, soledad, esperanza". Y
recuerda que la conciencia humana "ha estado determinada en la modernidad por
las ideas de progreso (Ilustración), emancipación (Revolución), anticipación
del futuro (Utopía)".
La utopía de nuestra esperanza es que una auténtica revolución de valores,
relaciones y estructuras haga posible el verdadero progreso para todos y
todas y para todos los pueblos, en una cierta armoniosa igualdad. Nuestra
esperanza se llama solidaridad, en acto, en proceso, en espera. Evidentemente
entendemos, hasta por experiencia muy dolorosa, que la esperanza es
procesual, sucesivamente transformadora, histórica y escatológica. ¡Nada de
"final de la historia" ya! Alguien ha dicho con mucha razón que "la esperanza
sólo se justifica en los que caminan".
Esperamos porque desesperamos, porque esperamos contra ese mundo que se nos
impone, asesino, y con los y las desesperados de la tierra: los desheredados
del sistema. Sólo espera el que desespera; quien tenga hambre y sed de
justicia, de cambio, de solidaridad en la común soledad e impaciencia. "La
esperanza nos ha sido dada -escribe Marcuse- para servir a los desesperados".
Y Marcel explicita: "La esperanza está siempre ligada a una comunión". El
consumismo, que se va saciando con los macdonalds al uso, y el conformimo
derrotista que ha arriado las banderas de la militancia no tienen por qué
esperar. La esperanza es lo menos light que se pueda encontrar en la vida. Y,
cristianamente, "esperamos contra toda esperanza"...
Globalizar la esperanza, mundializarla, será ir haciendo que todos/as, sobre
todo los excluidos, los "ninguneados" que diría Galeano, aquellos que más
tienen por esperar, puedan esperar "razonablemente", sin sarcasmos por
delante. Y solamente la solidaridad globalizada irá haciendo este milagro de
"esperanza esperanzadora", al decir del mártir Ellacuría. La solidaridad irá
haciendo de la u-topía, "no"-lugar, una humana eu-topía, un buen lugar
dignamente habitable.
Decimos de la Agenda Latinoamericana que es memoria, utopía, acción. Así es
la esperanza, con más méritos que la Agenda, claro. Acción, digo, también.
Porque se trata de una esperanza creíble, testificada por la vida coherente,
por la praxis eficaz, por la procesual transformación.
"Quem sabe, faz a hora, não espera acontecer", canta hace tiempo la
militancia brasileña.
Ellacuría, que hemos recordado estos días también con san Romero y tantos y
tantas mártires, nos pide que nos hagamos cargo de la realidad, cargándola
(descargándola también), a base de solidaridad comprometida. Ayudando a poder
esperar dignamente.
Citando a los mártires, testigos extremos de la esperanza, es bueno recordar
que vivieron "la esperanza contra la muerte para la vida". En la última
Romería de los mártires de la Caminada latinoamericana, en nuestro Santuario
de Reibeirão Cascalheira, el lema era "Vidas por la Vida"; en la próxima
romería que vamos a celebrar, los días 14 y 15 de julio de 2001, el lema será
"Vidas por el Reino".
Desgraciadamente, hasta en cristiano -en mal cristiano, evidentemente-,
muchas veces la esperanza ha sido una vivencia y una predicación de "esperar
sentado".
El teólogo Olegario explica, holísticamente, como se dice ahora: "Espera el
hombre [y la mujer, ¡caramba!] entero, como persona, es decir, como individuo
religado a su prójimo y a su comunidad. Y por ser solidario de toda la
naturaleza y de toda la historia, espera con ellas, y con él esperan toda la
creación y toda la comunidad. La esperanza es inseparable del amor
solidario".
El SICSAL, desde el que hablo, nació en plena noche, o en plena lucha, y
bautizado con sangre mártir; a raíz de la muerte pascual de Romero. La sangre
hoy, más que derramada oficialmente es oficialmente prohibida; y la lucha ha
replegado entusiasmo en muchos sectores, militantes, cristianos también.
Muchos, muchas, parece que han perdido el "paradigma" de la Vida, el
paradigma de la Historia, el paradigma de Jesús: ese Reino, proyecto del
Padre para la Humanidad y el Universo, ahora en el tiempo y en la plenitud
después. Este duodécimo congreso internacional, promovido por SICSAL en el
Jubileo de Jesús y de Romero, debe relanzarnos a una solidaridad fortalecida
y a una esperanza inclaudicable, mundializadas en y desde nuestra América,
desde el tercer mundo, desde el primer mundo solidario.
Haremos todo por estar solidaria y esperanzadamente con los pobres de la
tierra, hasta el fin, como El está "hasta el fin" con nosotros y nosotras.
* * *
Añado un anexo, para decir, a nuestro propósito, lo que he sentido en esos
días exultantes del jubileo de Romero en su pequeño grandísimo El Salvador.
Definitivamente, la figura de nuestro san Romero de América se nos ha
aparecido como un prototipo singular, único en cierta medida, de la
mundialización de la solidaridad y la esperanza. Nuevamente he repetido con
insistencia que Romero es un santo universal. En mi circular fraterna de este
año 2000 años de Jesús, 20 años de Romero, cito a Ludwig Kaufmann por su
libro Tres pioneros del futuro. Cristianismo de mañana. Estos tres pioneros
son Juan XXIII, Charles de Foucauld y Oscar Arnulfo Romero. Y en estos días
del jubileo salvadoreño, entre celebraciones ecuménicas, marchas populares y
encuentros de militancia comprometida, he tenido que repetir varias veces que
Romero -y precisamente por su coherencia evangélica- es el santo de los
católicos, de los protestantes, y hasta... de los ateos. Siempre que unos y
otros, a su propio modo, militen por la Causa: la Causa de Jesús y de su
Padre, en instancia definitiva.
En una antología de testimonios acerca de monseñor Romero el boletín de los
Comités Romero del Estado español cita estas palabras de Díez Alegría: "El
arzobispo de San Salvador Oscar Arnulfo Romero es para mí una figura central
del cristianismo en el siglo XX... uno de los mayores ejemplos (quizá el
número uno) de lo que fue ser testigo verdadero de Jesús de Nazaret (a quien
los hombres asesinaron y Dios resucitó por el Espíritu) en el artormentado
siglo XX".
Y todas las celebraciones de ese vigésimo aniversario de su martirio -jubileo
de Romero en el jubileo de Jesús- tuvieron el sello explícito de la
solidaridad y la esperanza, testimoniado por hermanos y hermanas congregados
en El Salvador desde los más distantes ángulos de la tierra. A estas alturas
va siendo cada vez más Romero, no sólo un santo de El Salvador, ni sólo un
santo de América, sino un santo del mundo.
Pedro Casaldáliga Obispo
en el jubileo de Romero dentro del Jubileo de Jesús.
San Salvador, El Salvador, en Nuestra América 24 marzo 2000