3 de enero de 2006
LA MUERTE DE MI ENTRAÑABLE AMIGO CASIANO FLORISTÁN
JUAN JOSÉ
TAMAYO
MADRID.
ECLESALIA, 03/01/06.- Al amanecer del 1 de enero
de hoy fallecía en Pamplona mi entrañable amigo Casiano Floristán,
que había nacido en Arguedas (Navarra) el 4 de noviembre de 1926. Ha sido una de
las personalidades más relevantes del panorama teológico español de la segunda mitad del siglo XX. Cuando esa fría mañana
recibía la noticia me vino a la mente el verso de García Lorca por la muerte de su amigo Ramón Sijé: Se me ha muerto mi maestro y amigo Casiano, “con quien tanto quería”. Han sido muchas las peticiones que he recibido
de escribir una semblanza suya en las pocas
horas que han pasado desde
su fallecimiento, “tú que fuiste su mejor
amigo”, me argumentaban. Y
precisamente esa razón tan cierta es
la que me ha impedido escribir. Por más que lo he
intentado, las teclas del ordenador
se me han resistido durante
todo el día
y los dedos se me han quedado inmovilizados.
Es ahora, en plena noche –noche
oscura del alma ésta para mí y para tantos amigos- cuando me he puesto a intentarlo de nuevo, aunque no sé con qué fortuna. Tras 33 años primero de discipulado y luego de colaboración, de sintonía, de complicidad, de comunicación
fluida, de comunicación, de trabajo
conjunto, de conversaciones
a diario y de amistad, me gustaría resumir en pocas líneas mis
impresiones muy personales sobre Casiano Floristán, no sé con qué fortuna. Pido disculpas de antemano.
Cinco son los
rasgos de su personalidad que me gustaría
destacar: la honestidad con la realidad, el sentido crítico,
el compromiso con los pobres, el sentido universalista y la sinceridad para con Dios.
1. Poco amigo de flotar
sobre las nubes o de emprender huidas hacia delante,
Casiano tuvo siempre la realidad como su lugar natural,
su residencia permanente, pero no la realidad tozuda que se pliega a los hechos brutos,
sino entendida dialécticamente,
con su cara y su cruz; no la
realidad plana y cerrada sobre sí misma, sino siempre abierta, en tensión hacia el ideal y generadora de esperanza; no la realidad en la que instalarse cómodamente, sino la que hay que
transformar desde criterios ético-evangélicos. Esa honestidad le llevó, en su paso de la adolescencia
a la juventud, a cursar estudios de Ciencias Químicas de 1945 a 1950
a la universidad de Zaragoza.
El estudio de las ciencias generó
en él una especial sensibilidad por la inducción y los datos empíricos, que ya nunca
le abandonaron y se dejaron
sentir posteriormente en su actividad teológica y pastoral de manera muy acusada.
La misma honestidad influyó más tarde en su decisión de estudiar teología en Innsbruck (Austria) de 1956 a 1958 y en Tubinga
(Alemania) de 1956 a 1958. El estudiante de Ciencias Químicas convertido en
seminarista buscaba un rigor científico
que no encontró
en la universidad pontificia de Salamanca, donde realizó los primeros
estudios de filosofía y teología. En Innsbruck vivió en un clima intelectual, espiritual y cultural extraordinario. En el Seminario internacional donde residía se respiraba un aire
intercultural, ya que en él convivían más
de cien estudiantes de diferentes países y continentes: estadounidenses, asiáticos, alemanes, suizos, checos, austriacos, españoles, etc.
En la facultad de teología de Innsbruck siguió las clases
de Jungmann y de los hermanos Rahner, Karl y Hugo. Del primero
le impresionaron la universalidad de sus saberes, la capacidad de síntesis, los cuestionamientos radicales a la teología clásica y la contribución al giro
antropológico de la teología
en general y de sus diferentes tratados. Casiano consideraba a Rahner un pensador socrático. En Innsbruck conoció
a Johann Baptist Metz, creador de la teología política, que por entonces preparaba su tesis doctoral con Rahner. Convivió unos meses con
Küng, con quien coincidiría años más tarde en la dirección de la revista internacional de teología Concilium. Mantuvo contacto con Walter Kasper,
quien sucedió a Geiselmann en la cátedra de Teología Fundamental.
La honestidad con la realidad
jugó un papel fundamental en el tema de su tesis doctoral: La vertiente pastoral de la sociología
religiosa. La sociología religiosa fue para él herramienta
para el análisis, el conocimiento y la transformación del catolicismo, y
una de las principales mediaciones de su actividad pastoral. La realidad
socio-religiosa fue el acto primero de su ser cristiano y el análisis sociológico de dicha realidad se tornó “palabra primera” de su discurso. Accedió a la cátedra
de Teología Pastoral de la Universidad Pontificia de la Salamanca en 1960, actividad que desarrolló
ininterrumpidamente durante 36 años.
Su llegada a Salamanca supuso
una esperanza de renovación, pero también una fuente de tensiones con los sectores conservadores
de la Universidad salmantina
remisos a los aires renovadores. En 1963 se hizo cargo de la dirección del Instituto Superior
de Pastoral, que él convirtió en lugar de diálogo con la secularización, de renovación eclesial y de encuentro
intercultural. Por ello fue
objeto de críticas de los sectores conservadores
del catolicismo español y
de control del episcopado español. Pero el principal aval del
Instituto y de Casiano
Floristán fue el concilio Vaticano II, horizonte
global de su itinerario teológico
y en tema de reflexión permanente. En realidad el Vaticano II no constituyó una novedad para él, que había tenido
como maestros y colegas a algunos de los principales inspiradores del Concilio, del que
él mismo fue perito.
Su formación teológica en Alemania desembocó derechamente en el cultivo de la teología pastoral o práctica, de la que fue pionero en España. Yo solía
decirle con sentido del honor que
era el primer pastoralista de España y quinto
de Alemania. Cuando accedió a la cátedra
salmantina, la teología pastoral no pasaba de ser un recetario para la correcta administración de los sacramentos y la “cura de almas”. Fue él
quien dio estatuto académico riguroso a una disciplina devaluada en el concierto de los saberes teológicos
y quien la situó en plano
de igualdad con el resto de
las materiales teológica y en el horizonte de la razón práctica. La principal característica de la disciplina recreada por Floristán fue la interdisciplinariedad. Él la puso en contacto
con las ciencias sociales y con la teoría teológica. Introdujo en ella la exégesis bíblica y desarrolló una teoría litúrgica a partir de la teología de los misterios de O. Casel.
2. El sentido crítico ante la realidad fue una de las actitudes básicas
de Casiano, que bebió de dos fuentes: la cultura ilustrada y el Evangelio. No fue de esos teólogos
que se sometieran
servilmente a los dictámenes
del magisterio eclesiástico,
ni acataran las directrices de la jerarquía poniéndose una venda en
los ojos. Su pertenencia a la Iglesia y su reflexión teológica estuvieron guiadas siempre por una adultez crítica. Impulsó la creación de colectivos teológicos críticos como la
Asociación de Teólogos
y Teólogas Juan XXIII, de
la que fue presidente desde su fundación en 1980 hasta 1988, y la Asociación
Europea de Teólogos Católicos,
y participó activamente en
la puesta en marcha y animación de diferentes movimientos cristianos de base.
Su crítica fue serena y constructiva, nunca ácida e iconoclasta.
3. Casiano Floristán
fue un teólogo en perspectiva universal.
Durante más de treinta años hizo frecuentes
viajes a América
Latina y a Estados Unidos. Estuvo en los orígenes de la teología de la liberación junto con Gustavo Gutiérrez, Segundo Galilea, Juan Luis Segundo y José Comblin. Su sensibilidad universalista le llevó
a encarnarse entre los hispanos
de los Estados Unidos, junto con Virgilio Elizondo, cultivador de la teología del mestizaje.
4. En Vallecas tuvo lugar su encuentro con el mundo de la
marginación, que se convirtió desde entonces en lugar social de su magisterio teológico, de su actividad pastoral y de su compromiso con los excluidos. Fue allí donde descubrió la dimensión política de la fe, la realidad de los pobres de carne y hueso con sus rostros famélicos
y su voz silenciada, sin derechos ni libertades,
y donde valoró la importancia de la organización y
de la movilización de los sectores marginados en su lucha por la liberación.
5. La sinceridad para con Dios
fue otro rasgo importante de la personalidad,
inseparable de la honestidad con la realidad. En la universidad de Zaragoza vivió una experiencia religiosa profunda que desembocó en la vocación sacerdotal, primero, y en el estudio de la liturgia y la práctica
pastoral, después. En sus estudios sobre
la liturgia y en sus celebraciones
siempre huyó de la racionalización del misterio y buscó la aproximación
simbólica a Dios. Para él la liturgia no era una forma ritual al uso, sino una actitud existencial en el horizonte de la crítica profética
del culto y de su vinculación con la justicia; no era ritualidad mágica sino acción simbólica. Liberó a los sacramentos de la cautividad mágica en que estaban inmersos,
los pensó simbólicamente y los celebró en el seno de la Comunidad de la Resurrección, que él puso en marcha
el emblemático año 68 y animó hasta los
últimos días de su vida.
Junto con el dolor nos
queda el recuerdo de una vida en libertad, justicia y solidaridad y su obra de más de veinte títulos
-algunos de los cuales ideamos, dirigimos y escribimos juntos en una colaboración fecunda que comenzó
allá por el 75, siendo yo doctorando
suyo, con un trabajo bibliográfico sobre el concilio Vaticano II, diez años después
de su celebración-, que constituyen, junto con su sinceridad y honestidad, el mejor legado
que puede dejarnos. A ellos
remito a quienes quieran saber más
de Casiano Floristán. (Eclesalia
Informativo autoriza y recomienda
la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).