Domingo | 18.09.2005 (“Clarin”,  Buenos Ayres)


ENTRETELONES DEL VATICANO: DETALLES DE UNA COMPLEJA INTERNA EN LA CUPULA DE LA IGLESIA


Revelan que hubo un acuerdo secreto para elegir al actual Papa
Se lo designó al menos 4 meses antes de la votación. La reunión definitiva fue luego de la Navidad
pasada. Lo dijeron fuentes del Vaticano. Agregaron que el moribundo Juan Pablo II dio su respaldo.

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Julio Algañaraz. VATICANO. CORRESPONSAL


jalganaraz@clarin.com

El del 18-19 de abril más que un Cónclave hubo un plebiscito que confirmó el poder de coalición de
la Curia Romana,
que había elegido bastante tiempo antes al cardenal Joseph Ratzinger como sucesor
de Juan Pablo II, con el tácito consentimiento del Papa polaco, muy enfermo, que estuvo de acuerdo
en que su intransigente guardián de la doctrina católica era el mejor para completar sin
desviaciones sus esfuerzos de renacimiento cristiano.

Ratzinger era necesario, casi obvio. Pasó lo mismo que cuando Juan XXIII, ya enfermo de un cáncer al
estómago, dijo en 1963 a sus principales colaboradores que debía sucederlo el arzobispo de Milán, el
cardenal Giovanni Montini, elegido después como Paulo VI, para completar el Concilio Vaticano II
iniciado en 1962 y que concluyó en 1965.

Ocurrió algo parecido en 1939, cuando se acercaba la Segunda Guerra Mundial y los cardenales
coincidieron en que en el Cónclave había sólo un verdadero candidato para afrontar una prueba más
que dramática para la Iglesia: el secretario de Estado, cardenal Eugenio Pacelli. Y lo eligieron
rápidamente como Pío XII.

Un personaje del Vaticano, que por supuesto habló como los otros con la garantía del completo
anonimato ("tu y yo ni siquiera nos vimos en estos días"), confirmó a Clarín cómo se produjo la
metamorfosis cuidadosamente programada del cardenal alemán en Papa Benedicto XVI, el heredero del
pontífice polaco al que había servido durante más de 21 de los 26 años del largo reinado de Karol
Wojtyla.

Impresiona el término "poder de coalición de la Curia Romana" y los casos de Benedicto XV, Paulo VI
y Pío XII demuestran qué equivocado es el dicho aquel de que "quien entra Papa al Cónclave sale
cardenal".

Ratzinger entró favorito y salió Papa tras la cuarta votación del 19 de abril, iniciando un
pontificado que mañana cumplirá cinco meses.

El vaticanista Giancarlo Zízola señaló que la rapidez de la asamblea secreta de 115 cardenales que
votaron en la Capilla Sixtina, demostraba la existencia "de un proceso bien preparado de
convergencia programática en torno a la personalidad más destacada del colegio cardenalicio para un
pontificado breve bajo el signo de la continuidad".

Entre los ritos, mitos, hipocresías consolidadas, costumbres y tradiciones en la elección de un
Papa, figuran dos tópicos inamovibles: los candidatos y aspirantes niegan y niegan que quieran
sentarse en la cátedra de San Pedro, y se desmiente con fúlmines y excomúnicas las versiones de que
que las campañas electorales se inicien con el anterior Papa aún en vida.

Por supuesto la realidad es muchas veces lo contrario de las virtudes y modestias inmaculadas que se
reafirman cuando llega ese momento extraordinario que los italianos llaman "cada muerte de Papa".

Los preparativos, manipulaciones y conspiraciones son inevitables en los casos de largos
pontificados con un Papa viejo que se va apagando, como fue el de Juan Pablo II.

Así ocurrió esta vez. Hubo un grupo de cardenales de la Curia "el gobierno central de la Iglesia",
que tomaron en sus manos el discreto y secreto sondeo de las otras Eminencias.

Dicen que veinte de los veintisiete purpurados curiales dijeron Ratzinger, tras los primeros
conciliábulos y que después de la Navidad 2004 hubo una reunión definitiva. Los "ministros"
colombianos del Papa, cardenales Alfonso Trujillo y Castrillón Hoyos, así como el jurista español de
la Curia, cardenal Julián Herranz, del Opus Dei, fueron quizás más activos.

Sandro Magister, el muy buen vaticanista de Il Espresso refirió que en una villa propiedad del
movimiento conservador Opus Dei, en los alrededores de Roma, el cardenal Herranz convenció de que
era necesario auspiciar a Ratzinger como futuro pontífice a algunos purpurados que llegaban a Roma
para encuentros con la Curia y tener noticias de primera mano del mal estado de salud de Juan Pablo
II.

Al día siguiente de la consagración de Benedicto XVI, el director de La Repubblica -el diario romano
de centroizquierda que Ratzinger eligió para dar su última entrevista como cardenal-, Ezio Mauro,
hizo la siguiente revelación por la radio del matutino en Internet: "Hace dos meses -o sea con el
Papa polaco aún vivo-, fui a ver a mi amigo Joaquín Navarro, el portavoz pontificio, quien me hizo
el siguiente análisis: 'Ezio, no me sorprendería que el próximo Papa sea el cardenal Ratzinger. El
nuevo Papa debe afrontar los temas de la modernidad y por tanto no puede ser sólo un Papa pastor,
sino un doctrinario con una mente muy robusta. Un académico universitario, o un filósofo o un
teólogo. Los temas de la modernidad, como la bioética, son temas de Occidente o sea que no ha
llegado el momento para un Papa del Tercer Mundo, un latinoamericano. Es necesario que pueda
confrontarse con la modernidad de Occidente, que no sea muy joven porque la Iglesia difícilmente
quiera ahora hacer otra experiencia larga como la del Papa Wojtyla. Todas estas características
llevan al cardenal Ratzinger'".

La revelación del director de La Repúbblica resulta fundamental
. Joaquín Navarro, confirmado como
portavoz por el Papa Ratzinger, tenía un acceso directo, casi familiar, a Juan Pablo II, y además el
periodista y psiquiatra español es uno de los más importantes laicos del Opus Dei.

La obra de San Escrivá de Balaguer -cuyo monumento en la basílica de San Pedro inauguró y bendijo
hace cuatro días Benedicto XVI, qué casualidad-, fue uno de los movimientos más activos en promover
la candidatura de Ratzinger como 265mo. pontífice de la Iglesia.

También otros movimientos conservadores muy poderosos, que se extendieron y profundizaron durante el
pontificado de Juan Pablo II, operaron en sintonía en favor del cardenal de la ortodoxia doctrinal.
El Papa polaco envió al cardenal Ratzinger como su delegado a Milán a los funerales de Don Giussani,
el carismático fundador de Comunión y Liberación, unos días antes de morir.

El sermón del cardenal alemán fue recibido con ovaciones, mientras que un ominoso silencio saludó la
homilía del cardenal Tettamanzi, arzobispo de Milán y en los papeles el principal rival de Ratzinger
en la contienda.

El especialista español José Manuel Vidal, del diario El Mundo, escribió que "cuando el papa Juan
Pablo II decidió ser el párroco del mundo dejó en manos de la Curia las llaves del gobierno de la
Iglesia". Según Vidal, la Curia adquirió con los años "un poder desorbitado, casi omnipotente", que
le permitía conocer mejor que cualquier otra sensibilidad eclesial las claves de la situación.

El diseño táctico de la Curia fue apoyar a los "mascarones de proa" que mejor podían garantizar la
continuidad. Pero la figura de Ratzinger se destacó con los años como la más importante, que Vidal
califica como "ideólogo de Wojtyla, un vicepapa".

Ratzinger dio todas las garantías de continuidad con el anterior papado y de intransigencia
doctrinaria. El portavoz Navarro sintetizó esa influencia en junio pasado en una charla en Valencia,
al recordar que "prácticamente todo lo que Juan Pablo II escribió -encíclicas, discursos o libros-,
todo era enviado antes al cardenal Ratzinger para que le diera su aprobación".

La sintonía entre el viejo Papa y su cardenal preferido era total. Ambos creían, aunque Wojtyla era
más optimista que Ratzinger, que tras la derrota del comunismo la batalla más peliaguda que enfrenta
la Iglesia es la "dictadura" del relativismo que hace predominar el individualismo, de la
indiferencia religiosa que se crea "un Dios a la medida" y que empuja a la Iglesia en un rincón, de
un laicismo que se crea "un catolicismo a la carta en el que cada uno pone y saca lo que quiere en
función de su conciencia autónoma".

Ratzinger defiende un "presencialismo cristiano" que debe en primer lugar volver a evangelizar a la
Europa descristianizada a partir de una Iglesia consciente de su condición de minoría poseedora de
la verdad.

En ese panorama más bien desolador, Giancarlo Zízola destaca que la opción es "la necesidad
emergente de una constelación de valores, de una estrella polar segura para esta época, que los
cardenales descifraron como una indicación de voto en el Cónclave a favor de Joseph Ratzinger, el
más representativo de los purpurados de la Curia Romana".