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Noi Siamo Chiesa

Sezione italiana del movimento internazionale “We Are Church” per la riforma della Chiesa cattolica

Papa Francesco ha sferzato i vescovi cileni. Un documento unico nella storia della Chiesa. Tutti i vescovi si sono dimessi e i cristiani di Osorno , che hanno sollevato il caso dall’inizio tre anni fa, sono d’accordo con papa Francesco e lo ringraziano. Leggi i tre documenti

 

Texto completo de la carta de Papa Francisco entregada a los obispos chilenos el martes 15 de mayo en el Vaticano

Carta

El pasado 8 de abril, domingo de la Misericordia les envié una carta convocándolos a Roma para dialogar sobre las conclusiones de la visita realizada por la “Misión especial” que tenía como cometido ayudar a encontrar luz para tratar adecuadamente una herida abierta, dolorosa y compleja que desde hace mucho tiempo no deja de sangrar en la vida de tantas personas, y por tanto, en la vida del Pueblo de Dios.

Una herida tratada hasta ahora con una medicina que, lejos de curar parece haberla ahondado más en su espesura y dolor. Debemos reconocer que se realizaron diversas acciones para tratar de reparar el daño y el sufrimiento ocasionados, pero tenemos que ser conscientes que el camino seguido no ha servido de mucho para sanar y curar.

Quizás por querer dar vuelta la página demasiado rápido y no asumir las insondables ramificaciones de este mal; o porque no se tuvo el coraje para afrontar las responsabilidades, las omisiones, y especialmente las dinámicas que han permitido que las heridas se hicieran y se perpetuaran en el tiempo; quizá por no tener el temple para asumir como cuerpo esa realidad en la que todos estamos implicados, yo el primero, y que nadie puede eximirse desplazando el problema sobre las espaldas de los otros; o porque se pensó que se podía seguir adelante sin reconocer humilde y valientemente que en todo el proceso se habían cometido errores.

En este sentido, escuchando el parecer de varias personas y constatando la persistencia de la herida, formé una comisión especial para que, con gran libertad de espíritu, de modo jurídico y técnico pudiese brindar un diagnóstico lo más independiente posible y ofrecer una mirada limpia sobre los acontecimientos pasados y sobre el estado actual de la situación.

Este tiempo que se nos ofrece es tiempo de gracia. Tiempo para poder, bajo el impulso del Espíritu Santo y en clima de colegialidad, dar los pasos necesarios para generar la conversión a la que el mismo espíritu nos quiere llevar. Necesitamos un cambio, lo sabemos, lo necesitamos y anhelamos. No solo se lo debemos a nuestras comunidades y a tantas personas que han sufrido y sufren en su carne, los dolores provocados, sino que pertenece a la misión y a la identidad misma de la Iglesia el espíritu de conversión. Dejemos que este tiempo sea tiempo de conversión.

“Es necesario que él crezca y que yo disminuya” (Jn.3,30). Con estas palabras el último de los grandes profetas, Juan el Bautista, hablaba a sus discípulos cuando, escandalizados, le hacían ver que había alguien que hacía lo mismo que él. Juan consciente de su identidad y misión –él no era el Mesías, pero había sido enviado antes que él (vv.28)- no vaciló en darles una respuesta clara y sin ningún tipo de ambigüedad.

Con este trasfondo de profecía e inspirado en las palabras de este profeta me gustaría dar el “puntapié inicial” para la reflexión fraterna con ustedes durante estos días.

1. Es necesario que él crezca…

Quizás no haya mayor alegría para el creyente que compartir, testimoniar y hacer visible a Jesús y a su Reino. El encuentro con el Resucitado transforma la vida y hace que la fe se vuelva alegremente contagiosa. Es la semilla del Reino de los Cielos que espontáneamente tiende a compartirse, a multiplicarse y que, como a Andrés, nos lleva a correr hacia nuestros hermanos y decir: “hemos encontrado al Mesías (Jn. 1,41). Un Mesías que siempre nos abre horizontes de vida y esperanza. El discípulo se deja lanzar hacia esta aventura por la acción del Espíritu para hacer crecer y esparcir la vida nueva que Jesús nos ofrece. Esta acción no la podemos identificar nunca con proselitismo o conquista de espacios, sino como la invitación alegre a la vida nueva que Jesús nos regala. “Es necesario que Él crezca” es lo que palpita en el corazón del discípulo porque experimentó que Jesucristo es oferta de vida buena. Sólo Él es capaz de salvar.

La Iglesia en Chile sabe de esto. La historia nos dice que supo ser madre que engendró a muchos en la fe, predicó la vida nueva del Evangelio y luchó por esta cuando se veía amenazada. Una Iglesia que supo dar “pelea” cuando la dignidad de sus hijos no era respetada o simplemente ninguneada. Lejos de ponerse ella en el centro, buscando ser el centro, supo ser la Iglesia que puso al centro lo importante. En momentos oscuros de la vida de su pueblo, la Iglesia en Chile tuvo la valentía profética no sólo de levantar la voz, sino también de convocar para crear espacios en defensa de hombres y mujeres por quienes el Señor le había encomendado velar; bien sabía que no se podía proclamar el mandato nuevo del amor sin promover mediante la justicia y la paz el verdadero crecimiento de cada persona (1). Así podemos hablar de Iglesia profética que sabe ofrecer y engendrar la vida buena que el Señor nos ofrece.

Una Iglesia profética que sabe poner a Jesús en el centro es capaz de promover una acción evangelizadora que mira al Maestro con la ternura de Teresa de Los Andes y afirmar: “¿Temes acercarte a él? Míralo en medio de su rebaño fiel, cargando sobre sus hombros a la oveja infiel. Míralo sobre la tumba de Lázaro. Y oye lo que dice Magdalena: mucho se le ha perdonado, porque ha amado mucho. ¿Qué descubres en estos rasgos del Evangelio sino un corazón dulce, tierno, compasivo, un corazón en fin de un Dios?” (2).

Una Iglesia profética que sabe poner Jesús en el centro es capaz de hacer fiesta por la alegría que el Evangelio provoca. Como señalé en Iquique, pero que bien podemos extender a tantos lugares del norte al sur de Chile, la piedad popular es una de las riquezas más grandes que el pueblo de Dios ha sabido cultivar. Con sus fiestas patronales, con sus bailes religiosos –que se prolongan hasta por semanas- con su música y vestidos logran convertir a tantas zonas en santuarios de piedad popular. Porque no son fiestas que quedan encerradas dentro del templo, sino que logran vestir a todo el pueblo de fiesta (3). Y así se queda un entretejido capaz de celebrar alegre y esperanzadamente la presencia de Dios en medio de su pueblo. En los santuarios aprendemos a hacer una Iglesia de cercanías, de escucha, que sabe sentir y compartir una vida tal cual se presenta. Una Iglesia que aprendió que la fe sólo se transmite en dialecto y así celebra cantando y danzando “la paternidad, la providencia, la presencia amorosa y constante de Dios” (4).

Una Iglesia profética que sabe poner a Jesús en el centro es capaz de engendrar en la santidad a un hombre que supo proclamar con su vida: “Cristo vaga por nuestras calles en la persona de tantos pobres, enfermos, desalojados de su mísero conventillo. Cristo, acurrucado bajo los puentes, en la persona de tantos niños que no tienen a quien llamar „padre‟, que carecen hace muchos años del beso de la madre sobre su frente… ¡Cristo no tiene hogar! ¿No queremos dárselo nosotros?… „Lo que hagan al más pequeño de mis hermanos, me lo hacen a Mí‟, ha dicho Jesús” (5); ya que “si verdaderamente hemos partido de la contemplación de Cristo, tenemos que saberlo descubrir sobre todo en el rostro de aquellos con los que Él mismo ha querido identificarse” (6).

Una Iglesia profética que sabe poner a Jesús en el centro es capaz de convocar para generar espacios que acompañen y defiendan la vida de los diferentes pueblos que conforman su vasto territorio, reconociendo una riqueza multicultural y étnica sin igual por la que es necesario velar. A modo de ejemplo señalo las iniciativas promovidas especialmente por los obispos del sur de Chile durante la década del 60-70 impulsando los mecanismos necesarios para que el Pueblo Mapuche pudiera vivir en plenitud el arte del buen vivir –del que tanto tenemos que aprender-. Acciones fuertes que generaron estructuras en favor de la defensa de la vida invitando al protagonismo responsable de una fe encarnada, transformadora; esa fe que sabe hacer vida la llamada del Concilio que nos recuerda que “los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón” (7).

Una Iglesia profética que sabe poner a Jesús en el centro con sinceridad es capaz –como supo mostrarnos uno de Vuestros pastores- de “confesar que, en nuestra historia personal, y en la historia de nuestro Chile, ha habido injusticia, mentira, odio, culpa, indiferencia. [Y los invitaba a ser] sinceros, humildes y decir al Señor: ¡hemos pecado contra ti! Pecar contra nuestro hermano, el hombre y la mujer, es pecar contra Cristo, que murió y resucitó por todos los hombres. ¡Seamos sinceros, humildes!: ¡Pequé Señor contra ti! ¡No obedecí a tu evangelio!” (8). La conciencia consciente de sus límites y pecados la hace vivir alerta ante la tentación de suplantar a su Señor.

Y así podríamos seguir enumerando muchos fermentos vivos de Iglesia profética que sabe poner a Jesús en el centro. Pero la invitación más grande y fecundamente vital –como lo he querido subrayar en la reciente Exhortación Apostólica recordando a Edith Stein- nace de la confianza y convicción que: “en la noche más oscura surgen los más grandes profetas y los santos; sin embargo, la corriente vivificante de la vida mística permanece invisible. Los acontecimientos decisivos de la historia del mundo fueron esencialmente influenciados por almas sobre las cuales nada dicen los libros de historia. Y cuáles sean las almas a las que hemos de agradecer los acontecimientos decisiones de nuestra vida personal, es algo que sólo sabremos el día en que todo lo oculto será revelado” (9). El Santo pueblo fiel de Dios, desde su silencio cotidiano, de muchas formas y maneras sigue haciendo visible y testimonia con “testaruda” esperanza que el Señor no abandona, que sostiene la entrega constante y, en tantas situaciones sufriente de sus hijos. El Santo y Paciente Pueblo fiel de Dios sostenido y vivificado por el Espíritu Santo es el mejor rostro de la Iglesia profética que sabe poner al centro a su Señor en la entrega cotidiana (10). Nuestra actitud como pastores es aprender a confiar en esta realidad eclesial y a reverenciar y reconocer que en un pueblo sencillo, que confiesa su fe en Jesucristo, ama a la Virgen, se gana la vida con el trabajo, (tantas veces mal pagado), bautiza a sus hijos y entierra a sus muertos; en ese pueblo fiel que se sabe pecador pero no se cansa de pedir perdón porque cree en la misericordia del Padre, en ese pueblo fiel y silencioso reside el sistema inmunitario de la Iglesia.

2. Y que yo disminuya.

Duele constatar que, en este último periodo de la historia de la Iglesia chilena, esta inspiración profética perdió fuerza para dar lugar a lo que podríamos denominar una transformación en su centro. No sé qué fue primero, si la pérdida de fuerza profética dio lugar al cambio de centro o el cambio de centro llevó a la pérdida de la profecía que era tan característica en Ustedes. Lo que sí podemos observar es que la Iglesia que era llamada a señalar a Aquél que es el Camino, la Verdad y la Vida (Jn. 14,6) se volvió ella misma el centro de atención. Dejó de mirar y señalar al Señor para mirarse y ocuparse de sí misma. Concentró en sí la atención y perdió la memoria de su origen y misión (11). Se ensimismó de tal forma que las consecuencias de todo este proceso tuvieron un precio muy elevado: su pecado se volvió el centro de atención. La dolorosa y vergonzosa constatación de abusos sexuales a menores, de abusos de poder y de conciencia por parte de ministros de la Iglesia, así como la forma en que estas situaciones han sido abordadas (12), deja en evidencia este “cambio de centro eclesial”. Lejos de disminuir ella para que apareciesen los signos del Resucitado el pecado eclesial ocupó todo el escenario concentrando en sí la atención y las miradas.

Es urgente abordar y buscar reparar en el corto, mediano y largo plazo este escándalo para restablecer la justicia y la comunión (13). A su vez creo que, con la misma urgencia, debemos trabajar en otro nivel para discernir cómo generar nuevas dinámicas eclesiales en consonancia con el Evangelio y que nos ayuden a ser mejores discípulos misioneros capaces de recuperar la profecía.

Esa vida nueva que el Señor nos dona implica recuperar la claridad del Bautista y afirmar sin ambigüedad que el discípulo no es ni será jamás el Mesías. Esto nos lleva a promover una alegre y realista conciencia de nosotros mismos: el discípulo no es más que su Señor. Y por esto mismo, en primer lugar, tenemos que estar atentos a todo tipo o forma de mesianismo que pretenda erguirse como único intérprete de la voluntad de Dios. Muchas veces podemos caer en la tentación de una vivencia eclesial de la autoridad que pretende suplantar las distintas instancias de comunión y participación, o lo que es peor, suplantar la conciencia de los fieles olvidando la enseñanza conciliar que nos recuerda que “la conciencia es el núcleo más secreto y el sagrario del hombre, en el que está solo con Dios, cuya voz resuena en lo más íntimo de ella” (14). Es clave recuperar una dinámica eclesial capaz de ayudar a los discípulos a discernir el sueño de Dios para sus vidas, sin pretender suplantarlos en tal búsqueda. En los hechos, los falsos mesianismos pretenden cancelar esa elocuente verdad de que la unción del Santo la tiene la totalidad de los fieles (15). Nunca un individuo o un grupo ilustrado puede pretender ser la totalidad del Pueblo de Dios y menos aún creerse la voz auténtica de su interpretación. En este sentido debemos prestar atención a lo que me permito llamar “psicología de elite” que puede traslaparse en nuestra manera de abordar las cuestiones.

La psicología de elite o elitista termina generando dinámicas de división, separación, „círculos cerrados´ que desembocan en espiritualidades narcisistas y autoritarias en las que, en lugar de evangelizar, lo importante es sentirse especial, diferente de los demás, dejando así en evidencia que ni Jesucristo ni los otros interesan verdaderamente (16). Mesianismo, elitismos, clericalismos, son todos sinónimos de perversión en el ser eclesial; y también sinónimo de perversión es la pérdida de la sana conciencia de sabernos pertenecientes al santo Pueblo fiel de Dios que nos precede y que –gracias a Dios- nos sucederá. No perdamos jamás la conciencia de ese don tan excelso que es nuestro bautismo.

El reconocimiento sincero, orante e incluso de muchas veces dolorido de nuestros límites es lo que permite a la gracia actuar mejor en nosotros, ya que le deja espacio para provocar ese bien posible que se integra en una dinámica sincera, comunitaria, y de real crecimiento (17). Esta conciencia de límite y de la parcialidad que ocupamos dentro del pueblo de Dios nos salva de la tentación y pretensión de querer ocupar todos los espacios, y especialmente un lugar que no nos corresponde: el del Señor. Solo Dios es capaz de la totalidad, sólo Él es capaz de la totalidad de un amor exclusivo y no excluyente al mismo tiempo. Nuestra misión es y será siempre misión compartida. Como les dije en el encuentro con el clero en Santiago: “la conciencia de tener llagas nos libera de volvernos autoreferenciales, de creernos superiores. Nos libera de esatendencia prometeica de quienes en el fondo sólo confían en sus fuerzas y se sienten superiores a otros” (18).

Por ello, y permítanme la insistencia, urge generar dinámicas eclesiales capaces de promover la participación y misión compartida de todos los integrantes de la comunidad eclesial evitando cualquier tipo de mesianismo o psicología-espiritualidad de elite. Y, en concreto, por ejemplo, nos hará bien abrirnos más y trabajar conjuntamente con distintas instancias de la sociedad civil para promover una cultura anti-abusos del tipo que fuera.

Cuando los convoqué a este encuentro los invitaba a pedir al Espíritu el don de la magnanimidad para poder traducir en hechos concretos lo que reflexionemos. Los exhorto a que pidamos con insistencia este don por el bien de la Iglesia en Chile. Recibí con cierta preocupación la actitud con la que algunos de Ustedes, Obispos, han reaccionado ante los acontecimientos presentes y pasados. Una actitud orientada hacia lo que podemos denominar el “episodio Jonás” – en medio de la tormenta era necesario tirar fuera el problema (Jonás 1,4 – 16) (19) – creyendo que la sola remoción de personas solucionaría de por sí los problemas (20). Así pasa al olvido el principio paulino: “si el pie dijera: „Como no soy mano, no formo parte del cuerpo‟, ¿acaso por eso no seguiría siendo parte de él?” (21). Los problemas que hoy se viven dentro de la comunidad eclesial no se solucionan solamente abordando los casos concretos y reduciéndolos a remoción de personas (22); esto –y lo digo claramente- hay que hacerlo, pero no es suficiente, hay que ir más allá. Sería irresponsable de nuestra parte no ahondar en buscar las raíces y las estructuras que permitieron que estos acontecimientos concretos se sucedieran y perpetuasen.

Las dolorosas situaciones acontecidas son indicadores de que algo en el cuerpo eclesial está mal. Debemos abordar los casos concretos y a su vez, con la misma intensidad, ir más hondo para descubrir las dinámicas que hicieron posible que tales actitudes y males pudiesen ocurrir (24).

Confesar el pecado es necesario, buscar remediarlo es urgente, conocer las raíces del mismo es sabiduría para el presente-futuro. Sería grave omisión de nuestra parte no ahondar en las raíces. Es más, creer que sólo la remoción de las personas, sin más, generaría la salud del cuerpo es una gran falacia. No hay duda que ayudaría y es necesario hacerlo, pero repito, no alcanza (25), ya que este pensamiento nos dispersaría de la responsabilidad y la participación que nos corresponde dentro del cuerpo eclesial. Y allí donde la responsabilidad no es asumida y compartida, el culpable de lo que no funciona o está mal siempre es el otro (26). Por favor, cuidémonos de la tentación de querer salvarnos a nosotros mismos, salvar nuestra reputación (“salvar el pellejo”); que podamos confesar comunitariamente la debilidad y así poder encontrar juntos respuesta humildes, concretas y en comunión con todo el Pueblo de Dios. La gravedad de los sucesos no nos permite volvernos expertos cazadores de “chivos expiatorios”. Todo esto nos exige seriedad y co-responsabilidad para asumir los problemas como síntomas de un todo eclesial que somos invitados a analizar y también nos pide buscar todas las mediaciones necesarias para que nunca más vuelvan a perpetuarse. Sólo podemos lograrlo si lo asumimos como un problema de todos y no como el problema que viven algunos. Solo podremos solucionarlo si lo asumimos colegialmente, en comunión en sinodalidad.

Hermanos, no estamos aquí porque seamos mejores que nadie. Como les dije en Chile, estamos aquí con la conciencia de ser pecadores-perdonados o pecadores que quieren ser perdonados, pecadores con apertura penitencial. Y en esto encontramos la fuente de nuestra alegría. Queremos ser pastores al estilo de Jesús herido, muerto y resucitado. Queremos encontrar en las heridas de nuestro pueblo los signos de la Resurrección. Queremos pasar de ser una Iglesia centrada en sí, abatida y desolada por sus pecados, a una Iglesia servidora de tantos abatidos que conviven a nuestro lado. Una Iglesia capaz de poner en el centro lo importante: el servicio a su Señor en el hambriento, en el preso, en el sediento, en el desalojado, en el desnudo, enfermo, en el abusado… (Mt. 25,35) con la conciencia de que ellos tienen la dignidad para sentarse a nuestra mesa, de sentirse “en casa”, entre nosotros, de ser considerados familia. Ese es el signo de que el Reino de los Cielos está entre nosotros, es el signo de una Iglesia que fue herida por su pecado, misericordiada por su Señor, y convertida en profética por vocación (27). Hermanos, las ideas se discuten, las situaciones se disciernen. Estamos reunidos para discernir, no para discutir.

Renovar la profecía es volver a concentrarnos en lo importante; es contemplar al que traspasaron y escuchar “no está aquí ha resucitado” (Mt. 28,6); es crear las condiciones y las dinámicas eclesiales para que cada persona en la situación que se encuentre pueda descubrir al que vive y nos espera en Galilea.

*

(1) Cfr. Beato Pablo VI, Evangelii Nuntiandi, 29.

(2) Santa Teresa de Los Andes, diarios y cartas, 373.376.

(3) Cfr. Homilía y saludo final en la Santa Misa de la Virgen del Carmen y Oración por Chile, campus Lobito-Iquique, 18 de enero de 2018.

(4) Evangelii Nuntiandi, 48; CELAM, Puebla, 400.454; CELAM, Aparecida, 99b. 262-265: EG, 122

(5) San Alberto Hurtado, Cristo no tiene hogar, Meditación en un retiro a señoras el 16 de octubre 1944.

(6) San Juan Pablo II, Novo Millennio ineunte, 49.

(7) Concilio Vaticano II, Gadium et Spes, 1.

(8) Cardenal Silva Henríquez, Reconciliación de los chilenos, Homilía al terminar el Año Santo, 24 de noviembre de 1974.

(9) Verborgenes Leben Und Epiphanie: GW XI, 145.

(10) Cfr. Gaudete et Exsultate, 6-9.

(11) “Tu fama de extendió entre las naciones, porque tu belleza era perfecta gracias al esplendor con que yo te había adornado –oráculo del Señor-. Pero tú te preciaste de tu hermosura y te aprovechaste de tu fama”. Ez. 16,14-15b.

(12) Es sintomático notar en el informe presentado por la “Misión especial” que todos los declarantes, incluso los miembros del Consejo Nacional para la Prevención del Abuso de Menores de Edad y Acompañamiento de las Víctimas, han señalado la insuficiente atención pastoral prestada hasta el momento a todos los que se han visto envueltos, de un modo u otro, en una causa canónica de delicta graviora.

(13) Cfr. Carta a los señores Obispos de Chile tras el informe de S.E. Mons. Charles J. Scicluna, 8 de abril de 2018.

(14) Concilio Vaticano II, Gaudium et Spes, 16.

(15) Cfr. Concilio Vaticano II, Lumen Gentium, 12.

(16) Cfr. Evangelii Gaudium, 94

(17) Cfr. Gaudete et Exsultate, 52.

(18) Encuentro con los sacerdotes, religiosos/as, consagrados/as y seminaristas, Santiago de Chile, 16 de enero de 2018.

(19) El mismo Jonás se hace cargo de que la tormenta fue provocada por no asumir la misión que le correspondía y que para liberarse de ella debían tirarlo al mar. vv 12: “levántenme y arrójenme al mar y el mar se les calmará. Yo sé muy bien que por mi culpa les ha sobrevenido esta gran tempestad”.

(20) “Muerto el perro se acabó la rabia”. Igualmente se podría hablar del “síndrome Caifás”: conviene que un solo hombre muera por el pueblo.

(21) 1 Cor. 12, 12.

(22) Porque no se trata solamente de un caso en particular. Son numerosas las situaciones de abuso de poder, de autoridad; de abuso sexual. Y eso incluye el tratamiento que hasta ahora se ha venido teniendo de los mismos.

(23) A modo de ejemplo, en el informe presentado por la “Misión especial” muchos de los entrevistados en Sotero Sanz sostienen que parte de la fractura profunda en la comunión eclesial se arrastraría en el clero desde el mismo Seminario, viciando lo que deberían ser las relaciones fraternas presbiterales y haciendo partícipe a los fieles de estas para descubrir las dinámicas que hicieron posible que tales actitudes y males pudiesen ocurrir.

(24) En el informe de la “Misión especial” mis enviados han podido confirmar que algunos religiosos expulsados de su orden a causa de la inmoralidad de su conducta y tras haberse minimizado la absoluta gravedad de sus hechos delictivos atribuyéndolos a simple debilidad o falta moral, habrían sido acogidos en otras diócesis e incluso, en modo más que imprudente, se les habrían confiado cargos diocesanos o parroquiales que implican un contacto cotidiano y directo con menores de edad.

(25) Nuevamente, en ese sentido, me gustaría detenerme en tres situaciones que se desprenden del informe de la “Misión especial”:

1. La investigación demuestra que existen graves defectos en el modo de gestionar los casos de delicta graviora que corroboran algunos datos preocupantes que comenzaron a saberse en algunos Dicasterios romanos. Especialmente en el modo de recibir las denuncias o notitiae crimini, pues en no pocos casos han sido calificados muy superficialmente como inverosímiles, lo que eran graves indicios de un efectivo delito. Durante la Visita se ha constado también la existencia de presuntos delitos investigados solo a destiempo o incluso nunca investidos, con el consiguiente escandalo para los denunciantes y para todos aquellos que conocían las presuntas víctimas, familias, amigos, comunidades parroquiales. En otros casos, se ha constado la existencia de gravísimas negligencias en la protección de los niños/as y de los niños/as vulnerables por parte de los Obispos y Superiores religiosos, los cuales tienen una especial responsabilidad en la tarea de proteger al pueblo de Dios.

2. Otras circunstancia análoga que me ha causado perplejidad y vergüenza ha sido la lectura de las declaraciones que certifican presiones ejercidas sobre aquellos que debían llevar adelante la instrucción de los procesos penales o incluso la destrucción de documentos comprometedores por parte de encargados de archivos eclesiásticos, evidenciando así una absoluta falta de respeto por el procedimiento canónico y, más aún, unas prácticas reprobables que deberán ser evitadas en el futuro.

3. En la misma línea y para poder corroborar que el problema no pertenece a solo un grupo de personas, en el caso de muchos abusadores se detectaron ya graves problemas en ellos en su etapa de formación en el seminario o noviciado. De hecho, constan en las actas de la “Misión especial” graves acusaciones contra algunos Obispos o Superiores que habrían confiado dichas instituciones educativas a sacerdotes sospechosos de homosexualidad activa.

(26) Eco de esa actitud paradigmática que nos recuerda Gn.3,11-13: “Acaso has comido del árbol que yo te prohibí”. El hombre respondió: “La mujer que pusiste a mi lado me dio el fruto y yo comí de él”. El Señor Dios dijo a la mujer: “Cómo hiciste semejante cosa”. La mujer respondió: “La serpiente me sedujo y respondí”. En criollo nos recuerda la actitud del niño que mira a sus padres y dice: “Yo no fui”.

(27) Cfr. Encuentro con los sacerdotes, religiosos/as, consagrados/as y seminaristas, Santiago de Chile, 16 de enero de 2018.

Dichiarazione dei vescovi della conferenza episcopale del Cile, a Roma

Cile

 

Roma, venerdì 18 maggio 2018

Dopo tre giorni di incontri con il Santo Padre e molte ore dedicate alla meditazione e alla preghiera, seguendo le Sue indicazioni, noi Vescovi del Cile desideriamo comunicare quanto segue:

Anzitutto ringraziamo Papa Francesco per il suo ascolto paterno e la sua correzione fraterna. Ma soprattutto vogliamo chiedere perdono per il dolore causato alle vittime, al Papa, al Popolo di Dio e al nostro paese per i gravi errori e le omissioni da noi commessi.

Ringraziamo anche Mons. Scicluna e al Rev. Jordi Bertomeu per la loro dedizione pastorale e personale, nonché per lo sforzo investito nelle ultime settimane per cercare di sanare le ferite della società e della Chiesa del nostro Paese.

Ringraziamo le vittime per la loro perseveranza e il loro coraggio, nonostante le enormi difficoltà personali, spirituali, sociali e familiari che hanno dovuto affrontare, unite spesso all’incomprensione e agli attacchi della stessa comunità ecclesiale. Ancora una volta imploriamo il loro perdono e il loro aiuto per continuare ad avanzare sul cammino della guarigione delle ferite, perché possano rimarginarsi.

In secondo luogo, vogliamo comunicare che tutti noi vescovi presenti a Roma, per iscritto, abbiamo rimesso i nostri incarichi nelle mani del Santo Padre, affinché decida Lui liberamente per ciascuno di noi.

Ci mettiamo in cammino, sapendo che questi giorni di dialogo onesto hanno rappresentato una pietra miliare di un profondo processo di cambiamento guidato da Papa Francesco. In comunione con lui, vogliamo ristabilire la giustizia e contribuire alla riparazione del danno causato, per dare nuovo impulso alla missione profetica della Chiesa in Cile, il cui centro sarebbe sempre dovuto essere in Cristo.

Desideriamo che il volto del Signore torni a risplendere nella nostra Chiesa e ci impegniamo per questo. Con umiltà e speranza chiediamo a tutti di aiutarci a percorrere questa strada.

Seguendo le raccomandazioni del Santo Padre, imploriamo Dio che in queste ore difficili, ma piene di speranza, la Chiesa sia protetta dal Signore e dalla Madonna del Carmine.

I vescovi della Conferenza Episcopale dal Cile, a Roma

 

La posizione dei laici e delle laiche della diocesi di Osorno

“La negación de escucha y de justicia”

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“Duele constatar que, en este último periodo de la historia de la Iglesia chilena, esta inspiración profética perdió fuerza para dar lugar a lo que podríamos denominar una transformación en su centro. No sé qué fue primero, si la pérdida de fuerza profética dio lugar al cambio de centro o el cambio de centro llevó a la pérdida de la profecía que era tan característica en Ustedes. Lo que sí podemos observar es que la Iglesia que era llamada a señalar a Aquél que es el Camino, la Verdad y la Vida se volvió ella misma el centro de atención. Dejó de mirar y señalar al Señor para mirarse y ocuparse de sí misma. Concentró en sí la atención y perdió la memoria de su origen y misión. Se ensimismó de tal forma que las consecuencias de todo este proceso tuvieron un precio muy elevado: su pecado se volvió el centro de atención. La dolorosa y vergonzosa constatación de abusos sexuales a menores, de abusos de poder y de conciencia por parte de ministros de la Iglesia, así como la forma en que estas situaciones han sido abordadas, deja en evidencia este “cambio de centro eclesial”. Lejos de disminuir ella para que apareciesen los signos del Resucitado el pecado eclesial ocupó todo el escenario concentrando en sí la atención y las miradas”.

Con estas contundentes palabras llenas de verdad, sinceridad y dolor, el Papa Francisco sorprende a todos y les dice mucho más a los obispos chilenos participantes de las reuniones programadas en la Santa Sede. Vemos como el mundo entero siente que el documento del Papa “Para la meditación y la oración”, está marcando -por fin- un nuevo rumbo de la Iglesia, ese rumbo de servicio y no de poder que nunca se debió perder, ya que es la esencia de la Iglesia Católica y su hermosa Misión evangelizadora.

En estos momentos históricos que estamos viviendo como Iglesia Católica, hoy, los Laicos y Laicas de Osorno queremos compartir unas sencillas reflexiones que nos parecen de la máxima importancia. Puesta nuestra mirada en lo que viene y ad portas de nuestro III Encuentro Laical que celebraremos en Osorno el día 2 de junio.

Lo primero que queremos decir es una palabra de agradecimiento al Papa Francisco. No olvidamos que ya pidió perdón, que envío en “misión especial” al arzobispo Charles Scicluna y al P. Jordi Bertomeu, Y que ambos cumplieron una extraordinaria tarea de escuchar sin prejuicios, con respeto y solo mirando reparar todo el mal causado por años de silencio, mentiras,  y otras muchas actividades siniestras con el único fin de encubrir los abusos sexuales, de conciencia y de poder que se verifican a lo largo de todo Chile.

También, nunca dejaremos de agradecer el temple y el coraje a toda prueba de nuestros amigos Cruz, Hamilton y Murillo que supieron mantenerse con valentía y paciencia en esta lucha, resistiendo todo tipo de bajezas y calumnias. Pero, llegaron a Roma, les recibió el Papa como sus invitados especiales y vemos que ya todo comienza a cambiar, con lentitud, pero este camino es ya irreversible, sin vuelta atrás, gracias a Dios.

Nos parece oportuno, en este nuevo tiempo, recordar la providencial carta que envió al Papa el Cardenal Sean O’Malley, eran los difíciles días en que Francisco pedía pruebas…Pero esa misiva logró ayudar a descorrer un velo de impunidad e intrigas que se tejían, desde hace años, en la Nunciatura Apostólica con plena anuencia de Ivo Scapolo y del Cardenal Errázuriz que estaba junto al Papa en el C9 desde el inicio de su pontificado y que calló en forma encubierta tantos hechos  perversos e insostenibles. Pero llegó la hora de la verdad y la justicia, el tiempo de que “nada permanecerá oculto”.

En este tiempo de veritatis, hemos de mirar lejos. Y por esta razón volvemos a expresar nuestro parecer sobre algunos puntos concretos y trascendentes que vienen para la Iglesia chilena. Ya que el mal causado por encubrir a los abusadores y denostar a los abusados no se debe volver a repetir ya que es la perversión misma el “ser eclesial”.

Que vengan los cambios es lo que, en justicia,  esperamos todos.

Es claro, a los ojos de quien quiera ver, que ya no pueden continuar en las Diócesis los obispos salidos de la cantera de Karadima. Esperamos que, en el corto plazo, lleguen pastores alejados del círculo de los encubridores de abusos y distantes de todo personalismo, narcisismo y clericalismo tal como lo expresa el Papa en su nueva Carta. Entendemos los tiempos de la Iglesia, pero los ojos del mundo esperan esas medidas para empezar el largo proceso de que nuestra Iglesia recupere la credibilidad dañada.

Nadie quiere que vengan nuevos obispos proclives -desde el Seminario- al boato, la riqueza, las casas lujosas y el autoritarismo clerical que se reproduce en una “psicología de élite o elitista que termina generando dinámicas de división” en el clero y confusión generalizada, ya que con esas actitudes se trastoca y contradicen las enseñanzas del Evangelio. Este escándalo no puede continuar, en palabras del propio Papa.

Es urgente que se abra la forma en que se eligen los nuevos obispos. No se puede continuar con el mecanismo exclusivo del carrerismo, secretismo y que solo el Nuncio sea juez y parte en las  calificaciones y propuestas de nombres ante la Congregación para los Obispos. Por esta razón, valoramos que estuviera presente el Cardenal Marc Ouellet en las reuniones del Papa con los obispos.

Nuevamente, planteamos una propuesta que hicimos el 10 de mayo pasado y que se malinterpretó, he aquí nuestra solicitud textual: Ante estos acontecimientos históricos que estamos viviendo, nos atrevemos a proponer -con respeto y humildad- que venga prontamente a Chile una persona de plena confianza del Santo Padre para iniciar un proceso de consultas e ir delineando perfiles adecuados de personas que puedan acceder -sin reproches- al Episcopado. Dicho con toda sinceridad, nos parece que la persona apropiada para esta nueva y delicada tarea sería el P. Jordi Bertomeu. Porque le conocemos y sabemos bien de su idoneidad, capacidad de escucha y fidelidad plena a una Iglesia servidora, misionera y dialogante.

Finalmente, nos anima la esperanza de que sea el propio Papa en su profética Carta-Documento quien exprese y reivindique con claridad, en plena fidelidad al Concilio Vaticano II, el respeto que se debe tener a todo el pueblo de Dios. Y lo señala con todas sus letras; que hay que buscar genuinamente -sin autoritarismos- apoyo en el Laicado ya que “en ese pueblo fiel y silencioso radica el sistema inmunitario de la Iglesia”.

Mario Vargas Vidal                            Danilo Andrade Barrientos

Vocero                                                  Laico Ignaciano

Comunidad de Laicos y Laicas de Osorno – Chile

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Comunidad de Laicos y Laicas de Osorno, junto a Felipe Berríos, S.J.

 

 


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